La reliquia más famosa de la cristiandad volverá a exhibirse en la primavera de 2010. Lo autorizó ayer Benedicto XVI, quien expresó el deseo de seguir los pasos de su predecesor. Karol Wojtyla visitó Turín durante la penúltima ostensión de la sábana santa, en mayo de 1998. Hace diez años, Juan Pablo II se postró a orar ante el lienzo en el que se ve una figura con las heridas que, según la tradición, sufrió Jesús durante su martirio en la Cruz. "Si el Señor me da vida y salud, espero ir yo también a Turín", anunció ayer el Papa en el Vaticano.
La sábana santa es una pieza de lino de 4,32 metros de longitud y 1,10 de anchura. Se ven en ella la parte frontal y dorsal del cuerpo de un hombre barbado, que cubre púdicamente sus genitales con las manos a pesar de estar estirado. Apareció en la localidad francesa de Lirey hacia 1350. Era propiedad del caballero Geoffroy de Charny, quien nunca aclaró cómo se había hecho con ella. El noble levantó una iglesia, Nuestra Señora de Lirey, para su adoración y los monjes encargados de su custodia pronto convirtieron la sábana, presentada como la auténtica mortaja de Cristo, en un negocio redondo.
El sudario de Turín era en su época una reliquia más de las muchas que se habían multiplicado por Europa con la bendición de la Iglesia. En el Segundo Concilio de Nicea, celebrado en 787, se había decretado que , si un obispo consagraba un templo sin reliquias, sería depuesto. Los prelados fueron disciplinados, gracias a lo cual existen medio centenar de sábanas santas, tres lanzas que atravesaron el costado de Jesús, varios santos prepucios, suficientes restos de la Cruz como para construir un barco, frascos con leche de la Virgen, pelos de la barba de Noé, plumas de las alas del arcángel Gabriel... No es extraño que dentro de la propia Iglesia hubiera desde el principio quien desconfiara de la autenticidad de joyas como la de los Charny.
Pierre d’Arcis, obispo de Troyes, alertó en 1389 a Clemente VII, papa de Avignon, de que su antecesor había descubierto "el fraude y cómo dicho lienzo había sido astutamente pintado, ya de esa verdad testimonió el artista que lo había pintado, o sea que era una obra debida al talento de un hombre y en absoluto milagrosamente lograda u otorgada por gracia divina". Al antipapa no le quedó otro remedio que admitir la falsedad de la reliquia, que los Charny guardaron a buen recaudo hasta que amainó el temporal a mediados del siglo XV. Después de llegar a manos de los Saboya, que la utilizaron como talisman, la tela quedó depositado en 1578 en la catedral de Turín, donde se encuentra en la actualidad.
La NASA y la reliquia
La reliquia ganó notoriedad a finales de los años 70 del siglo pasado, cuando se vinculó a la tecnología espacial. La prensa se hizo eco en 1978 de que científicos de la NASA la habían estudiado un año antes y demostrado que Jesús había resucitado. La realidad fue, no obstante, que la NASA nunca examinó la tela; lo hizo un grupo de cuarenta creyentes de los cuales dos habían trabajado para la agencia espacial. El colectivo había concluido que la imagen se había impreso milagrosamente, por la energía del momento de la Resurrección, tras desechar las pruebas contrarias a la fe.
Como parte del estudio de 1977, el microanalista forense Walter McCrone, el más reputado del mundo hasta su muerte en 2002, analizó las manchas de sangre de la presunta mortaja, y fue tajante: "Tengo buenas y malas noticias -dijo en el congreso en el que presentó su trabajo-. Las malas son que el sudario es una pintura. Las buenas, que nadie me cree". Tampoco le creyeron los partidarios de la autenticidad de la sábana cuando en 1980 auguró que, de realizarse, la prueba del carbono 14 iba a datarla "el 14 de agosto de 1356, diez años más o menos". Sin embargo, así fue.
La datación de la pieza, realizada en 1988 por tres laboratorios de Arizona, Zurich y Oxford, fechó "el lino del sudario de Turín entre 1260 y 1390 (±10 años), con una fiabilidad del 95%". Los resultados se publicaron en la prestigiosa revista Nature y chocaron de inmediato con la oposición de los sindonólogos, como se autodenominan los estudiosos de la tela de Turín. Así, Celestino Cano, presidente del Centro Español de Sindonología, adujo en 1989 que la prueba no se había hecho bien, "como -según él- más tarde ratificó el propio inventor del sistema", el físico Willard Libby. El problema era que Libby había muerto nueve años antes, y no era vidente.
Pistas de engaño
La sangre es roja y no negra, como se vuelve con el tiempo, porque está pintada con bermellón y rojo de rubia, como descubrió el forense Water McCrone.
La larga melena no cae hacia la nuca, como en cualquiera tumbado, sino que el pelo se mantiene suspendido en el aire como por arte de magia.
La dos piernas están estiradas en la imagen frontal; pero en la dorsal está impresa la planta del pie derecho, lo que exigiría que hubiera doblado la rodilla
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