Aunque la distinción entre enfermos mentales y orgánicos proviene de tiempos muy remotos, la enfermedad mental y su tratamiento ha estado muy abandonada en el pasado, siendo muy diferentes los métodos adoptados en países donde el cristianismo dominaba y en los que no. Los médicos babilonios fomentaban tratamientos drásticos para la locura, recomendando la hoguera o que fueran enterrados vivos lo cual, lógicamente, cortaba el problema de raíz. Con posterioridad otros pueblos árabes creían que la enfermedad mental era una gracia divina, los locos eran considerados inspirados y se les llamaba "santos de Dios", por lo que construyeron asilos especiales para estos enfermos.
En Europa, durante la Edad Media, la postura más frecuente respecto a los enfermos mentales era considerarlos pecadores castigados por Dios, y a éstos se les negaba el acceso a los hospitales. A veces eran objeto de la curiosidad por lo que se les exhibía en los mercados a cambio de unas monedas. Cuando la locura del enfermo adoptaba la forma de fanatismo religioso el pueblo los consideraba ocasionalmente como si fueran santos y de esa forma los llegaba a venerar, pero si la locura era violenta llegaba a ser interpretada como una acción del demonio por los que se practicaban los consabidos exorcismos o, si éstos no funcionaban, se les encerraba en las cárceles, leproserías o albergues para pobres, donde eran habitualmente desatendidos y solían morir por inanición; también, en alguna ocasión, llegaron a ser quemados acusándolos de brujería tal y como fomentaban las ideas expresadas en el "Malleus Maleficarum" escrita por los frailes dominicos Sprenger y Kraemer, y pese a que ciertos autores, como Weyer en su libro "De Praestiggis Daemonum", defendieron que las brujas eran personas enfermas que habían perdido el control de sus emociones.
Todavía hubo personas que intentaron aplicar un tratamiento más o menos médico y muy propio de la época, como era el impregnar de celedonia un paño de lino que se colocaba en la axila izquierda del lunático. Como era de esperar, este tipo de tratamientos no solucionaron nada, así que cuando durante el medioevo comenzaron a surgir conceptos etiológicos que intentaban comprender las diversas enfermedades orgánicas, se intentó algo parecido con las mentales. Paracelso abogó por una etiología racional de la enfermedad mental en contra de la etiología espiritual dominante, aunque para él se relacionaba con una alteración propia del "spiritus vitae", por la influencia de los astros sobre éste, o por la acción del calor sobre el "humor vitae"...
Apoyándose en esa tendencia general de encontrar causas orgánicas, se difundió la creencia de que la locura era resultado de determinadas excrecencias cerebrales similares a los cálculos renales, y que debido a su crecimiento provocaba una presión en el cerebro causante de la perturbación mental, siendo a menudo imaginadas como una especie de protuberancias o tumoraciones que se evidenciaban de forma ocasional en la frente de los pacientes.
Estas ideas, que rozaban más la superstición que la simple creencia, fueron un campo abierto para todo tipo de charlatanes, que se aprovecharon de la incredulidad de las gentes del pueblo e intentaron hacer negocio.
Curanderos ambulantes e individuos de la más variada y baja calaña se ofrecían para extirpar la "piedra" a los crédulos pacientes que acudían buscando tratamiento o a las personas que eran remitidos por sus preocupados familiares.
No temían practicar una sencilla operación craneal a aquellos que se ponían en sus manos. El riesgo, como era de esperar, era mínimo pues en realidad el supuesto curandero sólo hacía una pequeña incisión con una navaja sobre la frente del paciente, que resultaba limpia en unas ocasiones o aparatosa en otras. Luego, llegado el momento oportuno y mediante un habilísimo juego de manos, escamoteaba una pequeña concreción calcárea que parecía haber salido del cráneo del enfermo, y que finalmente exhibía ante los asombrados ojos de la multitud de testigos que se había reunido a su alrededor para ver el fantástico y a la vez ladino acto quirúrgico.
La "piedra" que se le extraía al paciente normalmente acababa engrosando la colección particular del curandero y se encontraba permanentemente expuesta, ya sobre una mesa abarrotada de botellas, cajas, navajas y trapos, o engarzada en cordeles que engalanaban su puesto ambulante. Toda una publicidad sobre su arte, habilidad y experiencia en ese tipo de tratamientos.
Esta supuesta intervención quirúrgica que se practicaba para eliminar la imaginaria "piedra de la locura" de la cabeza de una persona considerada loca o demente, fue tema de uno de los versos rederifker, titulado "La piedra oculta bajo el chichón expuesto", así como de varias pinturas flamencas del siglo XVI y que han quedado como testigos intemporales de la estulticia humana. Entre otras muchas, son de destacar especialmente las realizadas por El Bosco, Pieter Bruegel el Viejo y van Hemessen.