viernes, octubre 09, 2009

David, frente a la historia y sin honda

Pocas gestas individuales han inspirado el coraje personal y político como aquella bíblica del I Libro de Samuel, posiblemente la primera referencia escrita al triunfo de la inteligencia sobre el músculo, la destreza sobre la fuerza bruta, el pensamiento veloz sobre el único de la espada. Desde entonces, y durante tres milenios, un aliento de rebelión ha soplado para el pequeño, el apacible y el justo. Tirar con honda llega hasta hoy como expresión de acierto y el hito celebra aún el hecho contra natura del fuerte vencido por el débil.

Si no, desde luego, de un poder inspirador reconocido por la historiografía política, sí cabrían dudas del legendario episodio de su victoria sobre Goliat de Gad, el formidable filisteo, en quien se ha estudiado una acromegalia y visión deformada, ambas posible fruto de un adenoma pituitario y, en su caso, cooperantes al éxito de David. Historiadores de la Universidad de Maguncia afirman no encontrar prueba de que el rey David fuera el célebre pastorcillo valiente, de cuya bíblica victoria nació una estirpe y, más aún, hace 2004 años, «en la ciudad de David», un niño y un hecho que iba a cambiar la historia, que cabe mencionar que hay una estrella de Belén y una estrella de David.

Las fechas no cuadran

¿Quién era, pues, el rey David, el hijo de Jessé de Judea, ungido por Samuel y santificado luego por la hagiografía hebrea?, se pregunta Ralf Peter Märtin en el ensayo que publica en enero el «National Geographic Deutschland». Las fechas no cuadran, y alguna como la batalla del valle de Elah, la toma de Jerusalén a los jebusitas, la construcción del templo o la relación de David con el rey Saúl muestran incongruencias.

Un investigador alemán ha seguido las huellas del héroe bíblico, y los hitos del pastor contemporáneo de Aquiles y los del monarca israelita se entrecruzan con el diálogo divino y el destino de Israel, pero no llegan siempre o del todo a encontrarse. Wolfgang Zwickel, un historiador de Maguncia experto en el Antiguo Testamento no termina de encontrar al propio Goliat (árabe: Jálát), el «campeón» que medía seis codos y un palmo (1. Sam. 17,4); esto es, tres metros. Y, en todo caso, desde el propio Libro de los Reyes, que, como otros pasajes, parece entreverar dos versiones y anotaciones posteriores, ya existían dudas expertas de si realmente lo mató David o Elhanan, también belemita, hijo de Jaare-oregim, como dice el segundo libro de Samuel.

No es la primera vez que los historiadores se ven confundidos ante David. Pese a exhaustivas búsquedas arqueológicas nunca se ha encontrado traza alguna del apoteósico reinado; David no se estableció en el propio Jerusalén y el templo se construyó después. Pero Zwickel alberga dudas sobre el mismísimo episodio del combate. Para unos historiadores, David habría sido un jerarca fuerte e inmisericorde, para otros no más que un jefe tribal de un estado poco significante.

Es harto probable que quienes antes y después escribieron el pasaje en el libro de los profetas anteriores hayan centrado y resumido en David episodios diferenciados, sucedidos a distinta persona y a lo largo de cuando menos un siglo. Los versículos 32 y 55 del capítulo 17 del primer Samuel dan prueba del cruce: el rey Saúl conoce al primero y desconoce al segundo David; en otro pasaje es el pastorcillo que toma cinco cantos del río, pero luego un guerrero que se «retira a su tienda» tras descabezar a Goliat y mientras los israelitas persiguen a los filisteos hasta Gad.

Está también, como ha hecho ver Jonathan Kirsch en «King David: the real life of the man who ruled Israel», el pequeño músico que suaviza con su lira los males de espíritu de Saúl, el que defiende a sus ovejas del oso y el león con sus manos desnudas, el que despierta la envidia y la ira de Saúl, el amado por el hijo de éste, Jonatán, el exiliado entre los filisteos, el que toma la fortaleza de Sión y reina en Hebrón. Y, por supuesto, el ungido con aceite por Samuel, en uno de los libros más políticos, pues abandona la tradición antimonárquica aunando en David al querido tanto por Dios como por el pueblo.

Símbolo de la historia judía

El director del Instituto Arqueológico de la Universidad de Tel Aviv ve ante todo en David un símbolo de la historia judía. Como tal, reconoce Israel Finkelstein, los sabios que transcribieron la Biblia habrían circunscrito a su persona varios procesos de edificación del estado israelita, que sin embargo se habrían prolongado en el tiempo.

Evolución no infrecuente en el proceso de mitificación, lo cierto es que, en tiempos de la ocupación romana, el mito ya es tangible: a José de Nazareth de Galilea se lo presenta como un extranjero, «de la casa y linaje de David», como tal requerido de bajar a inscribirse en la ciudad de éste, Belén de Judea.

Y no cabe duda de que lo que sucediera hizo de David uno de los símbolos más poderosos de la Biblia, del destino israelí y el imaginario político, sólo tal vez suplantado pasajeramente por Espartaco entre la revolución obrera de entreguerras y en un período de creciente antisionismo. La documentación completa sobre el estudio aparece en el presente número de «National Geographic Deutschland», elaborada por Sisse Brimberg y Cotton Coulson.

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1 comentario:

Prometeo dijo...

Muy interesante, me quedo, sin embargo, con la historia biblica mucho mas alegorica, fantastica y magica...un abarzo.