jueves, agosto 31, 2006

El Último Día De Los Dinosaurios (Parte I)

145 grados Longitud Oeste, 45 grados Latitud Norte. Temperatura: 23 grados. Humedad: 80 por ciento. La Tierra, Era Cretácica, 65 millones de años atrás. Otro tiempo.
El comportamiento cariñoso y sentimental contrasta con sus 80 toneladas (tan pesado como una familia de elefantes) y sus 17 metros de largo: un brontosaurio macho, seguido de su hembra, se encamina hacia una secreta colonia de reproducción. Allí, en una isla a resguardo de los Allosaurus -un dinosaurio carnívoro predador- aguardarán el nacimiento de sus crías, a las que alimentarán durante días dándoles de pastar en la boca hasta que su huesos adquieran la fortaleza para enfrentar la vida por sí solos.
Han invertido la estrategia de la vida en grupo. Marchan en manadas y aunque los tamaños difieren demasiado entre cada uno de ellos (los reptiles crecen toda la vida en sus dimensiones), los más adultos caminan en zig-zag para no sacar ventaja sobre los demás. No son tan lentos como parece; por ejemplo, un Tiranosaurio Rex puede caminar más rápidamente que una hiena; aun pesando unos 5.000 kilos, puede desandar unos 6.400 metros (o seis cuadras y media) por minuto.
Desde una pequeña colina, es posible apreciar un espectáculo que no por ser cotidiano deja de ser sorprendente: animal social por excelencia, el dinosaurio es de característica nómada y suele unir América del Sur con Africa. La geografía de la Tierra es, en muchos aspectos, muy reciente: el Océano Atlántico recién aparece como tal y los continentes comienzan a separarse lentamente. En la costa occidental, las montañas rocosas emergen debido a una enorme presión geológica.
La parte central de lo que sería América del Norte estaba rodeada por un enorme mar interno, que se extendía desde el actual Golfo de México hasta Canadá. Abundaban plantas como la criptomeria y la metacecuoya, que sólo crecen en regiones muy cálidas. El clima era subtropical, como el que ahora se vive en Acapulco y en las zonas costeras del Golfo de México.
Son felices los dinosaurios. El clima es estable y esa estabilidad los llevó a una evolución restallante, cuyo pico se dio hace diez millones de años. Les preocupa únicamente ciertos cambios dados en el paisaje del planeta. Uno de ellos ha extinguido ciertas subespecies y tiene que ver con los mares calientes, que han comenzado a retirarse gradualmente haciendo descender un tanto las temperaturas.
Fuera de ello, llevan una vida plácida. Sólo se altera cuando alguna manada de dinosaurios herbívoros decide cruzar un pequeño río y, por esas cuestiones del azar, se enfrenta con un grupo de dinosaurios carnívoros. Se representa entonces una tragedia. Como lo haría una manada de búfalos ante sus predadores, los herbívoros se asustan y suelen aplastarse unos sobre otros, llegando a morir hasta unos 50 animales en ese trance.

Ciertamente, la aparición de los carnívoros sobre la Tierra alteró bastante la calma de los herbívoros. Debido a esta intranquilidad, algunas especies herbívoras desarrollaron -a través de una gran cresta- una forma de comunicación que, básicamente, procura alertar sobre el eventual ataque de una especie carnívora.
"La cresta del parasaudopolus era hueca hasta la mitad, y terminaba en "U", explica el paleontólogo David Shamblicz, de la Universidad de California. Continuaba hasta sus órganos nasales. No me cabe duda de que a través de la cresta producían sonidos". El doctor Shamblicz reconstruyó con marfil esa cresta. Enviando aire por ella se obtiene un sonido similar al de un contrabajo. Y es sonido de baja frecuencia -puntualiza-, puede recorrer grandes distancias y desconcierta a quien lo escucha, ya que no se sabe exactamente de dónde proviene".
En este formidable delta, las peleas son escasas pero encarnizadas. Los anquilosaurus están dotados de una especie de armadura dorsal y sus colas tienen una forma de masa y, sin duda, constituyen un elemento de ataque colosal. El brontosaurio es el más bonachón y apacible herbívoro. En contraste, el más carnicero es el Allosaurus, cuyos dientes muy afilados llegan rápidamente hasta el hueso de los herbívoros, sus victimas predilectas. El pterodactylus es un reptil alado maravilloso. Y el compsognathus es el más pequeño, casi una burla para la especie: en cuanto a tamaño, se lo puede confundir con un gallo. Sumándose a este paisaje por allí rondan unos animales llamados mamíferos, no más grandes de dos metros, los que secretamente y de noche, cuando están a salvo de los grandes saurios, salen a cazar pequeñas presas.
La vida en todas sus formas encubre, quizá, una verdad: el Universo es por estos tiempos un lugar demasiado violento. Los impactos de asteroides han arrasado la vida desde el principio mismo de la Creación.
Y otra vez, desde el cielo, se cierne una amenaza.
Si se pudiera echar una mirada precisa hacia el espacio, se vería entonces un holocausto inminente: un asteroide de diez kilómetros de diámetro (unas cien cuadras, aproximadamente) ha comenzado a ser atraído por la fuerza de gravedad terrestre. A medida que se acerca al planeta, va adquiriendo mayor velocidad.
Pero no hay forma tecnológica de echar una mirada así hacia el espacio, ni tampoco una inteligencia capaz de alertar y sacudir la placidez de estos dinosaurios que, tras 150 millones de vida en el planeta, transcurren su último día en él: el último de los aproximadamente 55 millones de días desarrollados en la Tierra.

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