Bundy es el clásico caso del asesino con una acusada doble personalidad. Brillante estudiante de derecho, sus tendencias homicidas comenzaron a hacerse patentes en 1974, cuando estudiaba en la Universidad de Washington. Su aspecto atractivo y afable le ayudaba a conseguir sin mayor problema que las jóvenes subieran sin temor a su coche al poco de conocerse. Durante 1974, asesinó a 7 mujeres y produjo irreparables daños cerebrales a otra a la que golpeó repetidamente en la cabeza con una vara metálica que posteriormente le introdujo en la vagina.
De Seattle se trasladó a Salt Lake City para continuar sus estudios en la escuela de leyes de Utah. Allí, en poco tiempo se convirtió en un modélico estudiante republicano con un prometedor futuro político, hasta que su lado salvaje le llevó a protagonizar una nueva ola de crímenes en la ciudad con ocasionales escapadas a Colorado, donde al menos otras cinco jóvenes murieron en sus manos. Detenido en 1976, Bundy se las apañó para escaparse dos veces, una vez saltando por la ventana del juzgado y otra agujereando el techo de su celda.
Su reaparición en 1978 en Florida vino acompañada de un cambio de técnica. En lugar de convencer a las chicas para que subieran a su coche, directamente se introducía en sus casas. En una ocasión, mordió el pezón de una joven tan profundamente que consiguió arrancarlo, y fueron las marcas dentales que dejó lo que permitió su identificación cuando fue detenido por robar un coche robado.
Bundy se defendió a sí mismo en un proceso durante el que confesó haber cometido veintiocho asesinatos. Su habilidad como abogado consiguió que el cumplimiento de su condena (la pena capital) se demorase casi una década, hasta que fue finalmente ejecutado en 1989.
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